Cuando la ciencia ficción pasa a ser ciencia.
El periodista y matemático Adrián Paenza cuenta lo que más lo impresionó de las conferencias en las que se presentan descubrimientos impresionantes.
Fuente: Página 12
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¿En qué momento la ciencia ficción deja de serlo y pasa a ser ciencia?
Es decir, con el advenimiento de las nuevas tecnologías, hay ciertas cosas que hoy se han hecho costumbre y uno ya no les presta más atención, pero cuando yo nací, por ejemplo, no había televisión. Así de simple: ¡no había televisión! Y si bien ya estoy mayor, no soy del siglo XIX.
Las radios eran a válvulas, no había transistores y, por lo tanto, no había radios portátiles. Así que nadie podía llevar radios a la cancha. Para hablar por teléfono desde la Capital a Berazategui, por ejemplo, había “demora”. El lechero pasaba con un caballo que tiraba de un carro (y yo nací en la Capital Federal, en Villa Crespo para más datos), conseguir una línea telefónica costaba 10.000 dólares, no se podía conocer el sexo de un bebé que estaba a punto de nacer, la penicilina recién empezaba a ser utilizada, no había vacuna contra la polio, ni la Salk ni la Sabin, no había tomografías computadas, ni resonancias magnéticas, ni ecografías, ni inyecciones peridurales. Ir al dentista era una tortura (¿ya no?) y una operación de apéndice obligaba a una estadía en el hospital de una semana. Y, por supuesto, las computadoras personales no figuraban ni entre los sueños de los más creativos.
Obviamente, la lista no pretende ser exhaustiva, ni mucho menos. De hecho, quienes idearon a Superman, si bien lo podían hacer volar, todavía necesitaban hacerlo cambiar de ropa dentro de una cabina de un teléfono público para pasar de Clark Kent a superhéroe. ¿Por qué digo esto? Porque los autores del personaje no pudieron desprenderse de la noción de que los teléfonos tenían que ser “alámbricos”, y por lo tanto, aun en el futuro habríamos de necesitar cables para establecer conexiones. Ni hablar entonces de teléfonos celulares, Blackberries o I-phones.
Igual, siempre hay y habrá un Ray Bradbury o un Theodore Sturgeon (sólo una preferencia personal) para mirar más allá. Independientemente de la evolución que se produce en la “vida real”, la ciencia ficción avanza a otro ritmo, se maneja con otras leyes.
Sin embargo, hay momentos en los que la ciencia de los humanos, la nuestra, la única que tenemos, alcanza a rozarla. No la alcanza, pero la “toca”. Acompáñeme por acá y le muestro un ejemplo.
Anthony Atala es un médico/investigador que lidera el Instituto de Medicina Regenerativa de la Universidad de Wake Forest, ubicada en Winston-Salem, en Carolina del Norte. En el marco de las charlas TED que se realizan todos los años en Long Beach, Atala dio una conferencia de 18 minutos el 3 de marzo de este año. Mientras lo escuchaba, junto a otras 1500 personas, pensaba que si no fuera en ese lugar, ante ese público, con las credenciales que garantizaban credibilidad, yo hubiera imaginado que estaba escuchando a un fabulador o un embustero. Pero no, lo que decía era verdad.
Empezó así: “En el mundo hay una crisis enorme por la falta de órganos. Es un hecho que el hombre ahora vive más. La medicina ha hecho un esfuerzo para lograrlo y así estamos ahora. Pero también es cierto que a medida que envejecemos, lo mismo sucede con nuestros órganos, que empiezan a fallar. Por lo tanto, no hay suficientes órganos para transplantar y cubrir las necesidades de la gente. De hecho, en los últimos 10 años, el número de pacientes que requieren órganos se ha duplicado, mientras que el número de trasplantes ha permanecido casi constante. Y es por eso que aparece en escena el campo de la medicina regenerativa”.
Acá, una pausa. Es obvio que yo soy un lego que sólo quiere compartir mi entusiasmo frente a lo que escuché. Pero lo que sigue –si se concreta tal como está planteado– implicaría uno de los avances más fabulosos de los que se tiene memoria y permitiría resolver un problema crítico para la humanidad: la producción artificial de órganos. Y con una tecnología revolucionaria.
Quiero contar acá sólo algunas de las técnicas que explicó Atala, pero prepárese, porque el primer impacto tiene que ver con la aparición de impresoras tridimensionales. Sí, impresoras que no sólo imprimen sobre papel, sino que van reproduciendo un objeto (un hueso o una vejiga, por ejemplo) tal como usted lo está imaginando mientras lo mira en la pantalla de una computadora. Estas impresoras generan una réplica en tres dimensiones de lo que uno tiene en el monitor. Ciencia ficción, ¿no? No.
“Esto que ven acá es una impresora a tinta [1], de las que se usan habitualmente para imprimir sobre papel. La única diferencia es que ésta en lugar de usar tinta, usa ¡células!”
Mientras tanto, en una pantalla gigante que cuelga sobre el escenario, se ve cómo el cabezal de la impresora va de un lado hacia otro para construir una estructura. Le lleva aproximadamente 40 minutos hacerlo. Después, se produce un cambio de nivel, y ahora la impresora imprime una nueva capa un poco más abajo que la anterior.
Atala sigue: “Una vez que la impresora termina con su tarea, uno retira el objeto que acaba de construir (un hueso en ese caso) y está en condiciones de trasplantarlo a un paciente”.
Antes de avanzar en la lectura, piense una vez más: no sólo se trata de imprimir en tres dimensiones, sino que estamos hablando de imprimir con células en lugar de tinta, y produciendo un hueso que luego se implanta en una persona. En fin.
Sigue Atala: “Una tecnología más avanzada con la que estamos trabajando ahora es una nueva generación de impresoras más sofisticadas. Las estamos usando para vencer el mayor desafío que tenemos: la creación de órganos sólidos. No sé si ustedes se detuvieron a pensar en esto, pero el 90 por ciento de los pacientes que requieren un trasplante están en una lista aguardando un riñón. Mucha gente en el mundo muere a diario porque no hay suficientes donantes. Por supuesto, replicar un riñón presenta otro tipo de desafíos: es un órgano más grande, vascularizado, requiere una red intrincada de vasos por los que llega la sangre y hay un montón de células presentes también. Entonces, la estrategia en este caso es la siguiente: producimos una tomografía computada del órgano a reemplazar y vamos ‘capa por capa’ usando una técnica que llamamos ‘análisis de imágenes a través de morfometría computarizada’ y reconstrucción tridimensional para obtener una ‘réplica’ perfecta del riñón de la persona a trasplantar. Después, podemos usar rotaciones de 360 grados que nos permiten analizarlas en profundidad, estudiar sus características volumétricas y luego tomar toda esta información y ponerla en un lenguaje que pueda ser impreso. Vamos capa por capa, analizándolas a medida que avanzamos en el órgano, y eso nos permite efectivamente ‘diseñar’ o replicar el riñón del paciente”.
Mientras Atala hablaba, una impresora que estaba ubicada detrás de él en el estrado efectuaba el proceso que él describía. Y siguió, mientras un colaborador de su equipo, el Dr. Kang, le entregaba un objeto que depositaba en sus manos: “Lo que ustedes ven que yo estoy sosteniendo en mis manos (enguantadas) es lo que estuvimos imprimiendo hoy antes de venir acá. Se trata de un riñón listo para ser trasplantado. Nos llevó siete horas producir la impresión”.
Atala “juega” con el riñón artificial en sus manos. Parecía tener la consistencia que uno se imagina que tiene uno verdadero, aunque ciertamente yo no he tenido riñones en mis manos últimamente.
En la pantalla se leía: “Estas estructuras renales (riñones) impresas acá son prototipos que están siendo estudiados experimentalmente y todavía faltan algunos años para que puedan ser funcionales y utilizados en el uso clínico”.
Me importa hacer fuerte hincapié en esto para no despertar una ilusión falsa en el hoy, acá y ahora. Intuyo que todo paciente que esté en diálisis o que tenga un familiar/amigo que necesite un trasplante renal, debe estar pensando que se acaba de resolver el problema, y sólo se trata de “imprimir un riñón y listo”. Bueno, no es así. Y si bien esto es una bofetada para todos los que están en una perversa lista de espera, no deja de ser una noticia impactante y muy prometedora.
El simple hecho de imaginar que uno puede imprimir ya en tres dimensiones sirve para producir una suerte de shock pero, combinado con un futuro mediato que permita imprimir órganos que no requieran ni de células madres ni de clonación alguna, suena realmente a ciencia ficción. Pero ya no lo es tanto, porque el hombre sigue sorprendiendo con su capacidad de avance sobre la naturaleza.
Si se trataba de encontrar “una” charla que lograra hacerme explotar la cabeza, la de Anthony Atala lo logró. Por eso, las discusiones sobre inversión en ciencia y tecnología en un país no pueden ser abstractas. Cuanta más gente pueda acceder a las universidades públicas, más científicos habrá preparados para producir ciencia básica y aplicada. Y cuantos más tengamos, estaremos mejor educados y mejor preparados para enfrentar los nuevos desafíos que implican, entre otras cosas, prolongar la cantidad de años y la calidad de vida de una persona. No parece poca cosa.
(1) Aparecía en una pantalla gigante instalada detrás de él una impresora que no parecía tener nada particular ni distinto de la que usted o yo podríamos tener en una casa u oficina.
Enviado por Taller Urbano
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